La Coronación Canónica de 1919 de la Virgen del Rocío


LA CORONACIÓN CANÓNICA DE 1919

Uno de los más importantes acontecimientos en la historia de la devoción rociera fue la coronación canónica de la venerada imagen de la Virgen. Primavera de 1918. La pascua granada del Espíritu Santo cayó aquel año el 19 de mayo, domingo del Rocío.
Pasada la romería, el sábado 25 del mismo mes de mayo, apareció en "El Correo de Andalucía" este articulo:
LA PELOTA ESTA EN EL TEJADO
Apoyándome en el pensamiento del consejo de Gamalíel en el Sanedrín, en pro de la causa de los Apóstoles, me atrevo en estas líneas a lanzar una idea, seguro de que, si es de Dios y de su Santísima Madre, prevalecerá y si es cosa mía, se desvanecerá ella sola como el humo.
La idea es esta:
La imagen de Nuestra Señora del Rocío, Virgen la más popular de toda esta Andalucía Baja, con culto el más fervientes y la más acendrada devoción en las dos vastas provincias de Sevilla y Huelva, no está canónicamente coronada, y lo debiera estar.
¿No lo están la del Pilar, de Zaragoza; la de los Reyes, de Sevilla; la de las Angustias, de Granada; la de los Milagros, del Puerto de Santa María; la de la Cabeza, de Andújar; la de los Remedios, de Fregenal de la Sierra...? Pues bien, aparte de la del Pilar —pues quien dice el Pilar dice toda España—, ninguna de las anteriormente citadas cuenta con una devoción más extendida. Ninguna tiene "una hermandad" en sinnúmero de pueblos de la región; ninguna encarna una fe más grande ni un amor más ardiente en partidos y partidos...
El Rocío, decía yo hace años en un artículo que corre por ahí, debiera ser declarado "monumento nacional". No aquella poética ermita de las marismas almonteñas, con ser, como lo es en efecto, el relicario de todos los amores del Condado y del Aljarafe..., el lacrimatorio de las penas de aquel terruño, como propiciatorio que es de las grandes misericordias de la Reina y Madre de misericordia, sino el Rocio-costumbre, el Rocio-ínstitucíón, el Rocio-Rocio, carreta del sin-pecado..., el Rocío, tamboril y dulzaina..., el Rocío promesa y el Rocío exvoto..., el Rocío peregrinación a pie y el Rocío penitencia,.., el Rocío, rosario y sermón que no se oye, porque los vivas son más elocuentes que los razonamientos..., el Rocío, procesión que ha menester para desenvolverse, y aun asi le viene estrecha, toda la inmensidad de la marisma... ¡Todo esto es lo que yo quisiera que se declarase monumento nacional! —esto es intangible—, para que los venideros lo heredasen tal y como nosotros lo hemos recibido.
¡El Rocío es el más expresivo grito de fe y el más apasionado llanto de amor a María Santísima que sale de toda esta Andalucía durante todo el año!
Ayer me lo decía un señor, residente en Madrid —el pintor Hernández Nájera, para que no se diga que atestiguamos con muertos—: Yo vengo todos los años, cójame donde me coja, sólo a ver la Hermandad del Rocío a su vuelta a Triana. ¿Ve usted todo lo grandioso —¡lo definitivo!— de la Semana Santa en Sevilla? Pues a mí me llega más al alma de español y creyente el espectáculo del Rocío... Crea usted que no se parece a nada de este mundo.
Pues bien, esta veneradísima imagen, que tiene tan extendida devoción..., que cuenta con su historial taumatúrgico..., que dispone ¿hasta de su cancionero!, pues desafío a quien no sepa una copla que empiece por:
La Virgen del Rocío...
esta imagen de la Madre de Dios debe ser canónicamente coronada... ¡Es cuestión de decoro rociero!
¿Qué se necesita para ello? Lo que se necesita para todo en este mundo: un hombre..., y. luego, una mujer, como complemento del hombre.
El hombre puede ser en Sevilla el señor cura del Salvador, que es todo un prestigio rociano. Y la mujer..., la señorita doña María Magdalena Almaraz y Santos, que con sólo una vez que ha ido al Rocío ha vuelto más rociera... que el arroyo del Anjolí.
Esto, en Sevilla. Que en Huelva, porque de Huelva no puede prescíndírse (porque si el Rocío es de la diócesis de Sevilla, la Virgen del Rocío es de la provincia de Huelva)... en Huelva, ahí está el hombre más grande de todos los que han salido de por allí: Síurot, el más rociano "del entre todos los hijos de los hombres", y como pareja para él, doña Juana Soldán, viuda de Cepeda, primera contribuyente de la provincia... Una hija suya debe la salud a una misericordia de la Virgen.
Y sí a estos cuatro prestigiosos se le aunan, por ejemplo, los José Anastasio Martín, de Sevilla, y los Manuel Mora y Romero, de Huelva..., y luego Aníta Valladolíd, con todos los almonteños..., y todos los rocianos, que son todos los de muchísimas leguas a la redonda del Lourdes del Condado, creo, ¡y lo creo como si lo viera!, que para el Rocío que viene podríamos cantar canónicamente la copla que aprendimos cuando niño:
La Virgen del Rocío,
Blanca Paloma,
Ha estrenado este año
manto y corona.
Si puede servir para algo mi pobre pluma...
La pelota está en el tejado. La Santísima Virgen se encargará de decir si es cosa de Ella o de mí pecador.
Juan F. MUÑOZ Y PABÓN.
Sevilla, 24 de mayo de 1918."
Imagen de Muñoz y Pabón en su juventud

Nacido Muñoz y Pabón en Hinojos, el 15 de Junio de 1866, tan cerca de Almonte y al filo de las marismas, llevaba en el alma la luz del Rocío; en su corazón se fundían la fervorosa devoción a la Madre de Dios y el amor a la tierra con un vivo y fino sentido de lo popular andaluz. Su pluma venía ya así como elegida para lanzar la iniciativa de la coronación canónica de la Virgen Santísima del Rocío. Era Canónico Lectoral de la Santa Iglesia Catedral de Sevilla.


Monumento a Muñoz y Pabón en su pueblo de Hinojos
Con aguda intención, Muñoz y Pabón señala y apunta ya en su articulo a varias personalidades del mundo rociero: don Juan Luis Cózar y Lázaro, párroco entonces del Divino Salvador, en Sevilla, que lo había sido antes de Almonte; doña María Magdalena Almaraz y Santos, hermana del cardenal arzobispo, de quien dice el mismo Muñoz y Pabón que con sólo una vez que ha ido al Rocío, ha vuelto más rociera... que el arroyo del Ajoli; don Manuel Siurot, gran devoto de la Virgen, que por nada ni por nadie se hubiese perdido una romería; doña Juana Soldán, viuda de Cepeda, tan vinculada con toda su familia a Almonte y a la Virgen; don José Anastasio Martín, interesante personaje de la Sevilla del primer tercio del siglo, devotísimo de la Virgen y alma de la Real Hermandad rociera de Coria; don Manuel Mora Romero, prestigiosa personalidad onubense, y Anita Valladolid, la camarista de la Virgen. Aseguraba así la realización de su iniciativa.


El Cardenal Almaraz (izq.) junto al Obispo de Plasencia D. Manuel de Torres en Córdoba
La llamada de Muñoz y Pabón resonó en todo el ámbito de la devoción rociera, y aun más allá de Despeñaperros, y más allá de las fronteras. Las cartas de adhesión comenzaron a llegarle por centenares. Don Juan Luis Cózar y Lázaro, primero de los aludidos en el articulo, fue también el primero en responderle:

Sr. D. Juan Muñoz y Pabón:
Mi querido amigo: Muchas gracias, ante todo, por sus elogios, que yo no merezco; no soy más que un devoto de fila de la Virgen del Rocío.
La hermosísima idea lazada por usted a la publicidad de coronar canónicamente a la Santísima Virgen del Rocío ciertamente ha sido acogida amorosamente y con entusiasmo por todos los devotos, qué son como las hojas de la selva, incontables.
Todas mis energías están al lado de ella, y he de elaborar, por cuantos medios estén a mi alcance, hasta verla convertida en risueña realidad.
Coincido con usted.
La coronación de la Virgen del Rocío será un hecho el año próximo. No me cabe la menor duda, contando con tan valiosos elementos, todos rocieros de cepa, como Manuel Siurot, José Anastasio Martín y el Lectoral de Sevilla, a con la eficaz cooperación de la distinguida señorita doña Maria Magdalena Almaraz y Santos, de la respetable dama doña Juana Soldán, viuda de Cepeda, y de la popular doña Ana Valladolid, reuniremos cuanto hemos de menester para rendir ese justísimo homenaje de amor, de devoción ternura a la bendita Virgen marismeña. Entonces se podrá cantar con sobrada razón la copla popular:
La Virgen del Rocío
tiene en su camarín
más oro y más diamantes
que el Rey en "Madri".
¡Que Ella, buena pagadora, le pague a usted este hermoso pensamiento como yo se lo pido y usted se merece!
De usted buen amigo que le quiere,
El Cura del Salvador
Sevilla, 26 de mayo de 1918.

Casi a la par, a pesar de la lentitud de los trenes y del correo de entonces, las adhesiones de Almonte, del párroco, de la Ilustre Hermandad Matriz de Nuestra Señora del Rocío, del Ayuntamiento y de la camarista de la Virgen, Anita Valladolid, que decía:
Yo trabajaré con fe, y mis hijos, y mis nietos, y… todos los almonteños, para que se realice lo que todos acogemos con gran alegría. Adelante, pues, y usted, que es casi almonteño y por tanto gran rociano, no desmayará un punto apiñándonos para llegar al fin.
Siurot le escribía: Por la Blanca Paloma de las Marismas andaluzas, todo. Y don José Anastasio Martín: Me siento orgulloso y lleno de satisfacción -en servir y trabajar en todo aquello que sea para honor de nuestra querida Virgen cuyo cariño por ella, como usted sabe, es tradicional en mi familia y heredado de nuestros mayores.


Anita Valladolid con la Virgen antes de ser coronada
A la vista del amplio y cálido eco que la iniciativa del lectoral de Sevilla había tenido, el cardenal arzobispo dispuso que se nombrase y constituyese una comisión organizadora para la coronación canónica de la Santísima Virgen del Rocío. Se formó una junta de señoras y otra de caballeros. La junta de señoras tenia por presidenta a doña María Magdalena Almaraz y Santos; vocales eran doña Juana Soldán, viuda de Cepeda; doña Ana Valladolid, doña Dolores Carmena de Martín, doña Mariana Moreno Santa María, doña Manuela Díaz, viuda de Espina; doña María Casares de Hortal, doña Cecilia Lázaro y doña Concepción Muñoz de Soldán; secretaria, la señorita María del Rocío Martín.
                     

Manuel Siurot   y  José Anastasio Martín
La junta de señores, que fue en realidad la que llevó la dirección y responsabilidad de todas las gestiones, era presidida por don Juan Francisco Muñoz y Pabón; vocales, don Juan María Moreno Rodríguez, don Manuel de Pineda, don Antonio Ruiz de Vargas, don José Gómez Ortega, don Donato Hortal, don Ignacio de Cepeda Soldán, don Manuel Siurot, don Manuel Márquez, párroco de Almonte, y don Juan Acevedo, alcalde de Almonte. Tesorero, don José Anastasio Martín; secretario, don Juan Luis Cózar y Lázaro, párroco del Divino Salvador.
Por múltiples razones era conveniente que estas juntas radicasen en Sevilla, aunque siempre estrechamente relacionadas con la Hermandad almonteña. Todas las reuniones tuvieron como escenario la antigua Colegial del Divino Salvador, siendo presididas por un lienzo de Nuestra Señora del Rocío que en la actualidad se encuentra en la Iglesia Parroquial de Dos Hermanas.


Lienzo que presidía las reuniones de la Coronación en la Parroquia del Salvador, actualmente en la Parroquia de Dos Hermanas (Sevilla)
Las preces que habían de ser enviadas a Roma en solicitud de la coronación canónica, que fueron redactadas por don José Sebastián y Bandarán, refrendadas y recomendadas por el cardenal arzobispo, fueron cursadas. Al mismo tiempo, don Juan Francisco Muñoz y Pabón redactó una proclama que, impresa y a nombre de la junta de la coronación, fue difundida por todo el área de la devoción rociera.
Los donativos, limosnas y ofrendas comenzaron a llegar desde el primer momento, algunos con vehemente impaciencia, en cuanto fue lanzada la idea de la coronación. El primer donativo, delicada ofrenda, llegó de Rociana del Condado:
No tengo cosa que más estime para ofrecerle que la alhaja de más aprecio que usara mi difunta y buena madre, como sufragio por su alma y para la corona de la otra Madre querida; puede contar con ella y con el pobre concurso de su afectísimo y buen amigo,
J. Jiménez Molina
Rociana (Huelva), 1° junio 1918.



No es necesario encarecer el destacado papel que el amor y las limosnas y donativos del pueblo almonteño tuvieron en la coronación de su Patrona. Tampoco parece necesario decir la valiosa aportación de las ciudades y pueblos de antigua tradición rociera, donde radican las más viejas hermandades filiales. Es curioso ver, a través de las listas de donantes, hasta qué punto había prendido ya la devoción rociera en los pueblos donde más tarde habrían de surgir hermandades, como Trigueros, Gines, Hinojos, Aznalcazar, Salteras o Paterna del Campo; aunque donativos y joyas llegaron de toda la nación, como de Bilbao y de Cataluña.
Seria curioso para todos publicar la larguísima relación de donativos; es interesante destacar el gran número de anónimos, algunos de ellos con emotivo matiz de misterio: Por la conversión de un pecador, cruz y cadena de oro y un portarretrato dorado. Ofrecen particular gracia y ternura los humildes y pequeños donativos, quizás y sin quizás, a los ojos de la Virgen, los más valiosos: una sirvienta, 0,50 pesetas; una devota de Hinojos, un huevo; una sirvienta almonteña, un mes de salario, nueve duros. De todos los lugares de España, y hasta del extranjero, llegaron ofrendas en joyas o dinero metálico: Un norteamericano, Mr. John Fietcher Hurat, 50 pesetas; y otras modestas limosnas, avaloradas por la oración: Las religiosas clarisas de Osuna, 5 pesetas. El episcopado español contribuyó con sus limosnas y ofrendas; el cardenal Almaraz, arzobispo de Sevilla, entregó su anillo pastoral, de oro con amatista y brillantes; el nuncio de Su Santidad en Madrid, monseñor Francesco Ragonesi, anillo de oro con piedras. Aportaron también su donativo los obispos de Barcelona, Cádiz, Ciudad Real, Córdoba, Jaén, Madrid-Alcalá, Málaga, Valencia, Salamanca y Vitoria; los obispos titulares de Sión y el de Olimpo, don Manuel González García, y el obispo de Beja, en Portugal.
Entre los más importantes donativos están los de SS. AA. RR. los Infantes don Carlos y doña Luisa, con doscientas pesetas; S. A. R. la condesa de París, con doscientas cincuenta pesetas; S. A. R. el duque de Montpensier, doscientas; Juan Belmente, con quinientas pesetas; doña Regla Manjón, condesa de Lebrija, las arras de sus desposorios, trece monedas de oro de veinticinco pesetas; doña Juana Soldán, viuda de Cepeda, con su familia, la corona del Niño, de oro, perlas y brillantes; don Juan Francisco Muñoz y Pabón, una onza de oro y siete monedas, también de oro, de veinticinco pesetas; doña María Josefa Pabón, viuda de Muñoz, una libra esterlina; don Manuel Flores e Iñiguez, quinientas pesetas; doña María J. Pinar de Flores, pulsera de oro y otra pulsera asimismo de oro, con broche de esmeraldas y brillantes; don José Espina Soldán y doña María de Cepeda, su esposa, un alfiler de oro con dos perlas, rosario de perlas engarzado en oro, de quince misterios, cadena de oro y doscientas cincuenta pesetas; don José Sebastián y Bandarán, una onza de oro de Carlos III; doña María Magdalena Almaraz y Santos, diez monedas de oro de veinticinco pesetas; don José Anastasio Martín y doña Dolores Carmena, su esposa, doscientas pesetas y un toro lidiado en el festival a beneficio de la coronación; don Francisco Rufino, con su esposa, doña Mariana Moreno Santamaría, pulsera de oro y brillantes y medio aderezo de brillantes; don Alfonso Moya Ortega, de Paterna del Campo, moneda de oro de cinco dólares... Pero sobre todas estas joyas brilla el sartal de brillantes goterones de sudor, jornal de un día de siega —aquellas jornadas de siega de sol a sol—, ofrecido por un jornalero anónimo. Sólo la Virgen y su Niño saben cuánto amor, cuánta ternura, cuánta fervorosa piedad filial llevan en sí el oro y la pedrería de sus coronas.
En su libro "La Blanca Paloma", Juan Fco. Muñoz y Pabón escribía respecto de la Corona:
"¡Van en ella tantos donativos de "a perra gorda" y hasta de "perra chica"!. ¡Van jornales de siegas!... ¡Va el huevo ofrecido por una infeliz!... ¡Va...hasta la limosna de alguno que vive de ella!... ¡¡La limosna de un mendigo".
Por eso esa corona vale más que si fuera de precio fabuloso y costeada sólo por potentados... Lleva gotas de sudor... bostezos de hambre... privaciones de pobrecitos desheredados de la fortuna, que le han dado a la Virgen ¡hasta lo que no podían!. ¡Exprimirla esa corona, como se exprime una esponja,... ¡ah! ¡cuantos chorros de sudor, convertidos en perlas; cuántas y cuántas lágrimas, trocadas en brillantes..., cuantas gotitas de sangre, cristalizadas en rubíes, rodarían por el rostro de la celestial Destinataria, que como su Hijo santísimo, ante los "despilfarros" de Maria Magdalena, ha tenido que decirnos: Obra buena habéis obrado en mí!"


S.S. Benedicto XV
El Santo Padre Benedicto XV aceptó con suma benignidad y complacencia las preces que, recomendadas por el señor cardenal arzobispo, le fueron presentadas; y el Capitulo de la Basílica de San Pedro del Vaticano, que tiene el privilegio y el honor de coronar con diadema de oro las imágenes de la Madre de Dios celebres por su antigüedad, por el culto de que son objeto y por las gracias que se le atribuyen, reunido en su aula capitular el 11 de agosto del mismo año 1918, vistas las preces y reconocido que la sagrada imagen de Nuestra Señora del Rocío reúne en sí por excelente modo todas las condiciones que se requieren para la solemne coronación, por acuerdo unánime, fue concedida. En este mismo acto, el Capitulo Vaticano acordó delegar su facultad para esta coronación en el cardenal arzobispo de Sevilla, don Enrique Almaraz y Santos, y ordenó se extendiese el oportuno rescripto. Firmado ya éste por el canciller del Capitulo, el famoso escritor e historiador José Cascioli, y signado y firmado por el secretario. Domingo Caney Broggi, le fue comunicado al señor cardenal arzobispo por telegrama que llegó a Sevilla el 25 de septiembre del mismo año 1918.


Título de Concesión que se conserva en el Tesoro de la Virgen y su trascripción más abajo

RAFAEL, DEL TITULO DE SANTA PRÁXEDES,
DE LA SANTA IGLESIA ROMANA PREBITERO
CARDENAL MERRY DEL VAL,
ARCIPRESTE DE LA SANTA Y PATRIARCAL BASÍLICA DEL PRINCIPE DE LOS APOSTÓLES. DE ROMA, PREFECTO DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN DE LA REVERENDA FABRICA Y DEL CAPITULO Y CANÓNIGOS DE LA MISMA
AL EMINENTÍSIMO Y REVERENDÍSIMO SEÑOR ENRIQUE ALMARAZ Y SANTOS, ARZOBISPO DE SEVILLA, EN ESPAÑA, SALUD SEMPITERNA EN EL SEÑOR
A nuestro Capítulo, al cual pertenece el derecho y el honor de coronar las imágenes de la Madre de Dios celebérrimas por la antigüedad de su culto o por sus muchos milagros. Tú, Eminentísimo y Reverendísimo Señor, recientemente expusiste que era venerada en su iglesia, cerca de la villa de Almonte, de tu Archidiócesis, la preclara imagen de Nuestra Señora por el pueblo llamada NUESTRA SEÑORA DEL ROCIO, la cual, así por la fama de sus prodigios como por la antigüedad de su culto, recibe constante y fervorosa veneración de la religiosa piedad de los pueblos circunvecinos. Por lo cual, llevado de singular afecto de devoción, con instantes preces, pediste que la celebérrima Imagen fuese decorada con aquella corona áurea, con que suelen ser coronadas por nuestro Capítulo las más prodigiosas imágenes de la Madre de Dios. Sabemos, además, que a tus preces asisten los votos del Reverendísimo Clero y del Excelentísimo Ayuntamiento de la dicha VILLA DE ALMONTE y de innumerables fieles. Así, pues. Nos, con empeño constante, cuando se trata de honrar a la Santísima Virgen, estamos siempre solícitos, con objeto de que en todas partes se le rindan agradecidos obsequios de la devoción de los pueblos, propicios a estas súplicas, congregados en el día 11 de agosto de este año en el aula Capitular, examinamos el memorial de petición referente a la extendida fama de milagros y del celebérrimo culto de esta sagrada Imagen. Por lo cual, recibido primero el voto del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Decano de Nuestro Capítulo, favorablemente emitido en este asunto, porque Nos estamos ciertos de que aquella augusta Imagen reúne plenamente todas las condiciones y circunstancias que se requieren para la solemne coronación, por acuerdo unánime decidimos y mandamos, para mayor gloria de la Santísima Trinidad y para nuevo y singular decoro y honor de la Madre de Dios, que la Santísima Imagen de Nuestra Señora, llamada por el pueblo NUESTRA SEÑORA DEL ROCIÓ, sea en solemne rito con diadema de oro coronada. La facultad de hacer esta coronación te concedemos a Tí, Eminentísimo y Reverendísimo Señor, y por las presentes letras te la conferimos, con objeto de que, el día que dispusiereis, convenientemente impongas la corona de oro en la sacratísima cabeza de la dicha Imagen, observando el rito que en tales ceremonias usamos, y si, impedido por cualquier causa, no pudieres realizarlo, te facultamos igualmente para subdelegar en otro constituido en dignidad eclesiástica.
Dado en Roma el día 8 de septiembre del año del Señor de 1918, del Pontificado de nuestro Santísimo Señor el Papa Benedicto XV año quinto.
José Cascioli, Canciller. Domingo Caney Broggi, Secretario.

Es interesante destacar que a la sazón era arcipreste de la Basílica vaticana y prefecto de su Fábrica y de su Capítulo el santo y por tantos conceptos ilustre cardenal Merry del Val, cuyo nombre encabeza el rescripto de la coronación, fechado, por más delicadeza, a 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen.


El Cardenal Merry del Val
Concedido y oficialmente comunicado el privilegio de la coronación canónica, ofrecíase, ya en el terreno de lo práctico, el nada pequeño problema de elegir la forma, estilo y traza de la corona con que había de ser coronada la Santísima Virgen del Rocío, gravísima e importante cuestión.
Entonces el fino sentido estético de Muñoz y Pabón, después de duro y no corto forcejeo, impuso su criterio, y triunfó el acierto. En la reunión celebrada por la Junta de la Coronación en los primeros días de diciembre de 1918, Muñoz y Pabón, primero delicadamente, luego, cuando fue necesario, con intransigente tenacidad, se opuso al anteproyecto de corona que patrocinaba y presentaba doña María Magdalena Almaraz y Santos, hermana del señor cardenal arzobispo.
Decía, con evidente acierto, don Juan Fco. Muñoz y Pabón, que no se trataba de hacer una corona más o menos artística y rica, sino de hacer la corona para la Virgen del Rocío, para ella especialmente concebida, estudiada y diseñada, aquella que encajase en la original figura y estilo de la venerada imagen. Estimaba Muñoz y Pabón que había una corona que reunía tales cualidades, y era precisamente la corona de plata, obra de Arfe, que ostentaba y ostenta actualmente, la Inmaculada "grande" de la catedral hispalense. La sesión fue muy agitada y se levantó sin llegar a ningún acuerdo concreto, salvo el reunirse otro día más adelante.


Corona de Arfe
Firme en su propósito, pocos días después, Muñoz y Pabón, como presidente de la Junta de la Coronación, convocó nueva reunión en el Palacio Arzobispal. A ella hizo llevar la corona, de Arfe. Ahora, con habilidad, con su gracejo y delicada ironía, Muñoz y Pabón consiguió que, más o menos convencidos, los miembros de la Junta aceptasen su idea. La corona de oro para la Virgen del Rocío seria, pues, copia, con ciertas pequeñas modificaciones, de la corona de Arfe.
                                  
Postal que se dio como recuerdo en 1919. La de la derecha está dedicada por Muñoz y Pabón a su buen amigo D. Miguel de Quesada, con quién tuvo un nutrido cruce de cartas
Se acordó abrir concurso entre orfebres para la construcción de la corona, pero posteriormente, por ciertas conveniencias, se acordó confiar el trabajo a don Ricardo Espinosa de los Monteros, platero del Cabildo Catedral. El estudio, dibujo y obra de la corona duró varios meses, hasta mediados de mayo de 1919. En los últimos días de mayo, cerca ya la fecha de la coronación, la corona fue expuesta en la calle Francos, en el escaparate de la librería de Sobrinos de Izquierdo, con quienes Muñoz y Pabón tenia estrecha amistad, ya que eran los editores de su obra literaria.
La corona de la Virgen del Rocío es de oro macizo, obtenido de la fundición de las monedas y joyas ofrecidas a la Santísima Virgen; pesa ochenta y ocho onzas, que equivalen a más de dos kilos v medio de oro. Lleva montados doscientos cuarenta brillantes de muy diverso tamaño, catorce esmeraldas, treinta y ocho rubíes, tres topacios, cinco perlas grandes y gran número de diamantes y perlas pequeñas.


Sabedora la Junta de la Coronación de que la familia Cepeda Soldán, tan devota de la Santísima Virgen, se proponía hacer un importante donativo, don Juan Luis Cózar y Lázaro, secretario de la Junta, les sugirió que bien podría ser la corona del Niño.
La respuesta no se hizo esperar:
Sr. D. Juan Luis Cózar.
Muy querido amigo: Gustosísimos aceptamos, mi madre y todos nosotros, la invitación de V. para costear la corona al Niño de la Santísima Virgen del Rocío, y consideraremos una altísima honra el que la luzca sobre su divina frente como símbolo imperecedero de nuestra vieja y acendrada devoción a la mística Pastora de los campos almonteños. En nombre de mi madre y de mis hermanos doy a V. un millón de gracias por el alto honor y satisfacción grande que con su invitación nos proporciona.
Le abraza su buen amigo, q. b. s. m., Ignacio de Cepeda y Soldán.


Ignacio de Cepeda y Soldán, Vizconde de la Palma
Reunidas las joyas más ricas y de más estimada tradición familiar, se entregaron al joyero don José de los Reyes Cantueso para la confección de la corona del Niño, preciosa, obra de orfebrería, toda ella de oro, enriquecida con treinta y cinco perlas grandes, redondas e iguales, cuatro amatistas, numerosos diamantes pequeños y once diamantes grandes, diez de los cuales forman la cruz. Su valor aproximado en 1919 se estimaba en quince mil pesetas.

Desde muy antiguo usa rostrillo la Virgen del Rocío (Cantar de los Cantares: Lindas tus mejillas con los cerquillos.); en un principio fue la toca de finas holandas con puntilla de encaje en torno al óvalo del rostro; luego, prenda independiente de tejido rico, tisú de oro o plata con argentería. Fue al tiempo de la coronación cuando se le hace por vez primera un rostrillo metálico, de plata, oro y joyas, que no tuvieron conveniente aplicación en la corona.
Este rostrillo, que imita en su traza y estilo, incluso fingiendo bordados, los antiguos de tejido, es hermosa pieza, rica en pedrería, de policromía muy estudiada y finísima, como que había de rodear el rostro de la Virgen de nacarada rosa, extremadamente sensible a los efectos de luz. Y a la verdad que lo enmarca y enaltece con insuperable delicadeza y acierto. En esto, como en la corona, intervino con su refinado gusto don Juan Fco. Muñoz y Pabón.



Fijado el día de la coronación para el domingo de Pentecostés, 8 de junio, el señor cardenal arzobispo se dirigió a los fieles del Arzobispado:
Hanse cumplido los legítimos deseos de los fervientes devotos de la Santísima Virgen, bajo la advocación y título del Rocío. La Santa Sede, accediendo a nuestras súplicas, nos ha otorgado la facultad de colocar la corona de oro sobre la cabeza de la Imagen veneranda y venerada por innumerables fieles, que todos los años van en peregrinación al Santuario para postrarse ante su altar, presentar ofrendas valiosas, cumplir votos y promesas, pedir gracias y auxilios y hacer manifestación pública y solemne de fe católica, de confianza en el Patrocinio de María y, sobre todo, de amor a la Madre cariñosa, a la que es vida, dulzura y esperanza nuestra. Sin duda alguna, Ella ha aceptado y acepta las súplicas, las plegarias, las alabanzas, los cultos que se le vienen tributando siglos ha, en la poética ermita de las marismas de Almonte. Ella se ha complacido al ver las religiosas caravanas que de las provincias que de Huelva y Sevilla se organizan todos los años, las cuales, sin reparar en las distancias y venciendo toda clase de dificultades y de obstáculos, llegan en día y hora determinados a celebrar los cultos tradicionales, regresando con la misma exactitud las Hermandades, que son recibidas en los pueblos con júbilo y entusiasmo extraordinarios.
Publicamos la autorización de la Santa Sede para la coronación canónica de la Santísima Virgen de Almonte y los donativos que se han recibido para costear la magnífica corona que ha de colocarse sobre su cabeza. Damos gracias a Dios por este nuevo beneficio que dispensa a la archidiócesis hispalense. Son tres las imágenes de María que han recibido este altísimo honor: la de los Reyes, en Sevilla; la de los Milagros, en el Puerto de Santa María, y la del Rocío, en Almonte. Manifestamos también nuestra profunda gratitud a la Junta encargada de recibir donativos y joyas para la confección de la corona y pedimos a Dios Nuestro Señor, por intercesión de la Virgen Santísima, que derrame bendiciones abundantes sobre los devotos de la Virgen del Rocío y sobre la diócesis hispalense, gracias extensivas a la Iglesia Católica, al Romano Pontífice, a los prelados y sacerdotes, comunidades religiosas, autoridades y pueblos que veneran la sagrada imagen, y, por último, a nuestra querida patria, tan amante, tan entusiasta por las glorias, prerrogativas y grandezas de la Madre de Cristo, Corredentora del humano linaje.
Sevilla, 8 de mayo de 1919.
Enrique, cardenal arzobispo de Sevilla

Así apareció en el "Boletín Oficial Eclesiástico del Arzobispado de Sevilla" número 910, de 12 de mayo de 1919, página 316 y siguientes, que recoge también el texto original latino del rescripto de la coronación.
Conforme se acerca la dorada fecha crecía el entusiasmo y el afanarse todos en los preparativos para el solemne acto. Muñoz y Pabón comentaba en una de sus misivas con su buen amigo Miguel de Quesada el 20/5/1919: "El Rocío se acerca, y estoy en movimiento continuo. ¡Hasta de guardia al pie del cincelador, y cincelando yo mismo, si ha de estar la corona a su debido tiempo!."
Muñoz y Pabón editó para la ocasión un folleto con "Coplas para la Romería del Rocío de año 1919", muchas de las cuales han llegado hasta nuestros días.




"Coplas para la Romería del Rocío de año 1919" (Folletos originales)
La Hermandad Matriz de Almonte, por su parte, se preocupó de reparar y aun embellecer la fachada del santuario, bien necesitada de ello, aun después de la gran restauración de la ermita que en 1915, siendo párroco de Almonte, llevó a cabo don Juan Luis Cózar y Lázaro. La fachada, tan combatida de los vientos dominantes del SO., se revistió entonces de ladrillo limpio y se adornó con los grandes cuadros de azulejos, en cuyas orlas iban los nombres de las hermandades filiales y fabricados en los talleres trianeros de Montalván. Importó esta obra de la fachada un total de cuatro mil seiscientas pesetas con ochenta céntimos.


Portada de la "Crónica de la Coronación" de Ignacio de Cepeda
La Señora Condesa de Paris, doña Maria Isabel Francisca de Asís Orleáns y Borbón, Infanta de España, hermana de la Reina Maria de las Mercedes y de la que en 1916, Villamanrique tomó el apelativo de la Condesa, donó para la restauración de la Ermita con motivo de la Coronación, unas nuevas puertas para la misma y con las viejas, mando labrar unas cruces relicario para sus hijos.
Pero quizás el regalo más preciado que la Condesa hizo a la Virgen del Rocío fue el formado por el rostrillo, la saya, el manto y traje completo de la misma. De igual forma donó el traje completo para el Niño. Este atuendo es el que luciera la Virgen el 8 de Junio, día de su coronación.
La Junta de la Coronación hizo y mandó imprimir un programa de los actos, compuesto con graciosa portadilla y en pequeña letra, y que reproducimos en la imagen inferior; en su redacción se advierte la mano de don Juan Luis Cózar.


Programa de Actos original (Portada y Contraportada)

Programa de Actos original (Páginas interiores)

Los tradicionales cultos rocieros, que de muy antigua tradición celebraban las hermandades para terminar el día de la Ascensión, se revistieron aquel año de mayor solemnidad y fervor, significándose de modo muy particular los cultos celebrados en Almonte, Triana, La Palma y en la iglesia del Divino Salvador, de Sevilla.
La romería de aquel año se prometía grandiosa, así por los actos de la solemne coronación como por el número de romeros que acudirían y así, efectivamente resultó, superando todos los cálculos. El jueves anterior a Pentecostés hicieron su salida para el Rocío las hermandades más alejadas.
La Hermandad de Triana, según se refleja en la Prensa de aquellos días, salió el jueves día 5, casi a hora del mediodía; llevaba catorce carretas, agregándosele después en el camino otras de Camas, de Castilleja, de Bormujos y de Gines, que todavía no tenían hermandad.


Hdad de Triana saliendo por la c/Castilla en 1919
El mismo jueves, a las cuatro de la tarde, salió de Coria su Real Hermandad, con veinte carretas. También en la tarde del jueves, a las cinco, salió la Hermandad de San Juan del Puerto, con cuatro carretas y seis carros. Y al anochecer del mismo día, la hermandad de Huelva, que estrenaba Simpecado, obra nada menos que de Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Llevaba la hermandad onubense treinta y una carretas y tres coches.


Rocieros de la Hdad. de Coria del Río
El viernes día 6 hizo su salida para el Santuario del Rocío la Hermandad de Villamanrique, al amanecer, según su vieja costumbre, con veintisiete carretas. Umbrete salió también el mismo viernes muy de mañana, y llevaba treinta y ocho carretas. A las once de la mañana del mismo día, Benacazón, con siete carretas.




La Hdad. de La Palma entrando en la Aldea  para la Romería de 1919
A las seis de la tarde del mismo día, viernes, hizo su salida la hermandad de Pilas, con veinticinco carretas. A las doce de la noche del viernes, la de La Palma, con muchos carros y coches.  La de Moguer ("Platero" fue con Juan Ramón a verla salir) llevó doce carretas, cuatro carros, tres coches y ciento cincuenta jinetes. Sanlucar de Barrameda, que, como se sabe, no puede llevar carretas, acudió al Rocío con ciento dos jinetes. La hermandad de Rociana, que hace su primera romería, se presentó en la aldea con veintidós carretas.




Entrada de la Hdad de Moguer en El Rocio en 1919
Merece la pena, cerrar por un momento los ojos y trasladarnos en el tiempo, ayudados por la narración de Juan Infante-Galán, para hacernos idea de lo que tuvo que ser aquella romería y del acto de la Coronación en sí.
"Adelantémonos a la aldea del Rocío. Ya está preparado el hospedaje para el señor cardenal arzobispo en las habitaciones altas de la santería; la santería —aclaremos—, es la casa que la hermandad de Almonte tenia anexa al mismo santuario y directamente comunicada con él, donde vivía también el santero, Antonio el Santero.
En el centro del Real se alza un tablado alto, capaz y proporcionado para la ceremonia de la coronación; está defendido de los rigores del sol de junio por un gran toldo, sostenido de altos mástiles revestidos de romero hasta cierta altura. Banderas, gallardetes, guirnaldas de yerbas olorosas, arcos de almoradux, romero y palmeras y hasta farolillos a la veneciana, completaban el adorno del Real.


Detalle del tablado alto, bajo toldo preparado para la Coronación
El señor cardenal, con su acompañamiento, salió de Sevilla en la mañana del viernes día 6; a las tres de la tarde llegó a Almonte, donde fue recibido por las autoridades y el pueblo y obsequiado con un refresco en el Ayuntamiento. Poco después, hacia las cuatro, reanudaba su viaje a la aldea del Rocío, en coche de caballos seguido de otros donde iban su séquito, miembros de la Junta de la Coronación y autoridades de Almonte. Venían desde Sevilla con el señor cardenal D. Juan F. Muñoz y Pabón, don Miguel Castillo Rosales, provisor del Arzobispado; don Eugenio Almaraz, secretario de cámara; don Ildefonso Caraballo, capellán, y los familiares señores Silva y Fernández Carrión. A pesar de haberse reparado los caminos, así el de los Taranjales como el de los Llanos, el viaje por este ultimo, con sus atascos y polvaredas, fue, sin embargo, por la belleza de los campos y el tránsito por los pinares, muy grato al señor Cardenal.
La comitiva llegó sobre las seis de la tarde a la aldea; a la entrada, junto a las primeras chozas, esperaba al señor cardenal la Hermandad Matriz de Almonte, y, precedido de ella, entró en la ermita, postrándose por no breve rato ante la Virgen, ya vestida y alhajada para la solemnidad.
En la mañana del sábado día 7, cuando ya las caravanas de hermandades y romeros se acercaban a la aldea, el señor cardenal celebró misa ante la Santísima Virgen. Por todos los caminos afluían al Roció: por Doñana, por las Rocinas, desde el Charco del Cura y desde Pocito Muñoz, por el Ajolí, por los Taranjales y por Los Llanos, riadas de peregrinos inundan la aldea de candente alegría fervorosa, que se rompe en oleadas de oraciones, vítores, lágrimas y cantares al pie del altar de la Virgen, Señora del hermoso mirar.
Aquella tarde, a hora de vísperas, se cantaron en la ermita las letanías lauretanas y el Ave Maris Stella, oficiando el provisor de la diócesis, don Miguel Castillo. Y a eso de las seis de la tarde comenzó la presentación o "entrada" de las hermandades. Hacía largo rato esperaba la de Villamanrique que se constituyese la presidencia de la Hermandad Matriz. Cuando se inició el desfile, ante el compás de la ermita, presidían doña María Magdalena Almaraz y Santos, hermana del señor cardenal; el presidente de la Hermandad Matriz de Almonte, don José Villa Báñez; el alcalde, don Juan Acevedo; secretario del Ayuntamiento, don Julio González Medina, y el juez municipal, don Francisco Moreno Cala.


Desde el balcón de la ermita, donde colgaba a modo de repostero el rico y antiguo Simpecado de Almonte, presenció el desfile el señor cardenal. Muchos viven todavía de los que presenciaron aquella "entrada" de las hermandades, por su fervor y, sobre todo, por su orden, nunca hasta ahora superada, a pesar del mayor número de hermandades y del gentío que ahora concurre. Eso dicen quienes lo vieron. Si, es cierto que la hermandad de Rociana, última, por más moderna, en el desfile, pasó ante la ermita mucho después de las diez de la noche; y eran sólo doce hermandades. Bien dadas las doce de la noche salió el rosario llamado "de Almonte", saludado al paso por las hermandades filiales situadas a la puerta de su casa o de su campamento, con su Simpecado e insignias.
Lentamente fue haciéndose el silencio velador de la noche. Antes de romper el alba, en el callado silencio de la aldea, desiertos los aledaños, salía de la ermita la Virgen hacia el estrado donde horas después habría de ser coronada. Lleváronla sobre sus hombros el párroco de Almonte, don Manuel Márquez Gómez; el de Carrión de los Céspedes, don Elías Domínguez Quintero; el de Castilleja del Campo, don Felipe Rodríguez; el presbítero de La Palma, don José Aguilar Cabrera; el presidente de la Hermandad Matriz de Almonte, don José Villa Báñez; don Antonio Acevedo Valladolid, don Manuel Siurot y don Valentín López, sin que en el breve camino dejaran de sumárseles los escasos rocieros que pudieron advertirlo.

Es ya domingo de Pentecostés, 8 de junio.
El temprano despertar de los romeros fue sorprendido con la Virgen ya colocada en el estrado del Real; la multitud fue creciendo más cada vez en torno al estrado. Desde el alba, celebráronse en los distintos altares de la ermita innumerables misas; el señor cardenal celebró en el altar de Santa Ana, que estaba en el crucero, lado del evangelio del viejo santuario.
A eso de las diez de la mañana salió de la santería el cortejo que acompañó al señor cardenal hasta el lugar de la coronación.
Iban delante las hermandades filiales por el orden de su antigüedad; delante, Rociana; la última, Villamanrique. Seguían la Hermandad Matriz y el señor cardenal, con su curia diocesana, y la Junta de la Coronación, con su presidente, don Juan F. Muñoz y Pabón; las autoridades provinciales y las locales de Almonte.
Seguramente, lector rociero, tienes curiosidad por saber con minuciosidad cómo fue aquel memorable suceso, uno de los más grandiosos de toda la historia del Roció. Aunque no estuvimos allí, no podíamos estar, hemos investigado para tí y vamos a intentar describírtelo.
Llegado el señor cardenal al estrado, ocupo el trono que le estaba dispuesto. A su lado, en lugar preferente, el presidente de la Hermandad Matriz de Almonte, don José Villa Báñez; alcalde de Almonte, don Juan Acevedo; don Ignacio de Cepeda y Soldán y don José Moreno Soldán, que juntamente con don Manuel Márquez Gómez, párroco de Almonte, fueron designados testigos cualificados de la coronación. Ocuparon también lugar en el estrado don Eugenio Almaraz y Santos, secretario de cámara del Arzobispado, don Juan Francisco Muñoz y Pabón, canónigo lectoral, y presidente de la Junta de la Coronación; don Juan García Pichardo, presidente de la Diputación Provincial de Huelva; el vicepresidente, don José María Jiménez Molina; el párroco del Salvador, de Sevilla, y secretario de la Junta de la Coronación, don Juan Luis Gozar y Lázaro; juez de instrucción de La Palma, don José Monedero Ruíz, y muchos otros.
Comenzó el acto con la lectura del escrito que concede el privilegio de la coronación canónica; seguidamente, el señor cardenal bendijo las coronas del Niño y de la Virgen, conforme al rito. Y tomó juramento a los antes referidos señores designados cualificados testigos: de que las coronas de oro asi bendecidas, con las cuales iban a ser coronadas el Niño Jesús y la Virgen del Rocío, serian fielmente custodiadas, y que no se consentiría que se destinasen a otros fines sino a aquel para el cual la piedad de los fieles las ofrecían y dedicaban. Don José Villa Báñez prestó este juramento por sí y en nombre de su hermandad y de los hermanos de ella que entonces eran, serian después y fueren para siempre y del pueblo de Almonte.


Homilía del Cardenal Almaraz
Según el rito de la coronación, comenzó luego la santa misa que ofició don Miguel Castillo Rosales, provisor del Arzobispado ministrado de diácono y subdiácono, que lo fueron don Rafael Carnevali y don Juan Pablo Osorno. El señor cardenal predicó la homilía. Se congratuló con Almonte y con las hermandades filiales por la coronación canónica de la Santísima Virgen del Rocío su titular; sintiendo con la Iglesia y con el Papa—profundamente preocupado entonces con las consecuencias de la primera guerra mundial--, encargó y rogó a los fieles que pidiesen, por intercesión de la Virgen, la paz del mundo; sólo la gracia de Dios, el rocío del Cielo, produce la verdadera paz de. los espíritus; sólo la práctica sincera de la religión y de la caridad cristiana nos dará la verdadera paz y la corona del Cielo.


Público asistente al acto
Se acercaba el momento más solemne. Revestido el señor cardenal, asume la mitra y recibe el báculo; bendice primero a la multitud; vuélvese luego, sube al paso y, con suma reverencia, pone la corona de oro sobre las sienes del sonriente Pastorcito de las Marismas. A su lado, don Juan Francisco Muñoz y Pabón, que la tiene en sus temblorosas manos, le ofrece la corona de oro de la Virgen. Son las once y cuarto en punto de la mañana cuando el señor cardenal, lentamente, mirando profundamente conmovido el rostro de la Virgen, pone sobre su cabeza la corona de oro, mientras pronuncia las palabras de ritual: Así como te coronamos en la tierra, merezcamos, por tu intercesión, ser coronados en el Cielo.




Momento histórico de la Coronación
Lo demás, el fervor clamante de la multitud, los atronadores aplausos, los vítores, las aclamaciones, los dejamos a tu imaginación. Siempre te quedarás corto.
Cuando pudo ser, se inició la procesión para llevar a la Virgen al santuario desde el lugar de la coronación; si por acaso llegaste a ver en abril de 1969 el traslado de la Virgen a su nueva iglesia…, pues igual.


Una multitud envuelve el paso  de la Virgen
Quienes vieron el rosario de la noche del domingo, de aquel año de la coronación, pensaban que nunca jamás se vería otro igual; no podían imaginar que la devoción rociera iba a más. Había aquel año en el Rocío unas veinticinco mil personas.


Procesión del Lunes de 1919
En la misa solemne de la mañana del lunes, antes de la procesión, predicó el propio Muñoz y Pabón, entre vivas y aclamaciones a la Madre de Dios. Quienes lo vivieron dicen que Muñoz y Pabón terminó su homilía, de rodillas en el pulpito, el rostro mojado en llanto y clamoreando con el pueblo la salve. La procesión –dicen- las ha habido mayores de concurrencia; más cálidamente fervorosa, dicen que no"


La Virgen a las puertas de la Ermita, tras la procesión


Primera foto oficial de la Virgen tras la Coronación con el rostrillo con flores
Hay que destacar un hecho anecdótico. Para la coronación, se rescataron las antiguas ráfagas que Tello de Eslava regalara en 1733. Como nadie recordaba cómo se colocaban, se las colocaron al revés, hecho éste que se puede comprobar en la anterior imagen y más claramente en la siguiente.


La Virgen con las ráfagas al revés
Aquella Romería de 1919 fue la única en que la Blanca Paloma salió en procesión a hombros de los almonteños dos veces en veinticuatro horas: una el domingo, para ser coronada y otra el lunes, como es tradición.


Las Camaristas con la Virgen tras ser Coronada
Algún tiempo después, Juan Francisco Muñoz y Pabón, en uno de sus últimos artículos, pues falleció Sevilla el 30 de Diciembre de 1920 a los 54 años, tras larga y penosa enfermedad, recordando tan memorable día, escribía que "todos lloraban y muy hondamente el Cardenal Almaraz, tan conmovido que parecía que iba a darle un soponcio".


Muñoz y Pabón pocos meses antes de su fallecimiento
Sigue contándonos: "El día fue pasando, la fiesta llegaba a su fin y con las primeras luces del lubrican el Cardenal y sus acompañantes ocuparon el automóvil, que a grandes trabajos logró hacerse camino por entre la enardecida multitud, que llevaba más de ocho horas aclamando a la Virgen del Rocío. El coche se detuvo, pues la muchedumbre no cesaba en sus aplausos al prelado..."
Y aquí viene la anécdota histórica referente a una letra de unas conocidas sevillanas.
"Un grupo de rocieros rodeó el coche, expresándole al Cardenal su gratitud por los trabajos que hiciera para coronar a la Reina de las Marismas, Todo era júbilo en los campos almonteños. El Cardenal se asomó a una de las ventanillas del trepidante automóvil. Un grupo de gente moza empezó a cantar:
Del Rocío venimos,
nadie se pique,
que se lleva la palma
Villamanrique
El eminentísimo Almaraz alargó el brazo cuanto pudo, como para bendecid; a sus gesto cesaron los clamores y el purpurado terminó la popular seguidilla diciendo:
Callad, hermanos
que se llevan la palma
los sevillanos."
En el cincuentenario de la Coronación, se Ofició una Misa Pontifical en el Santuario recién inaugurado, presidida por el Obispo García Lahiguera. En el transcurso de la misma, se rindió un caluroso homenaje a D. Felipe Rodríguez, Párroco de Castilleja del Campo y único superviviente de los sacerdotes que en la madrugada del 8 de Junio de 1919, trasladaron a la Virgen desde su Ermita hasta el lugar de la Coronación.


D. Felipe Rodríguez con sus familiares

También en ese año 1969, tras tres años de espera desde que en 1966, la Junta Directiva de la Hermandad Matriz lo solicitara y éste lo concediera, el Ayuntamiento de Almonte rotuló la calle de entrada al Rocío, hasta entonces denominada Camino de Almonte, donde está el Cuartel de la Guardia Civil y el Ayuntamiento, con el nombre del impulsor de la Coronación.


Rótulo de la c/Muñoz y Pabón en El Rocío ...
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Bibliografía:

Juan Fco. Muñoz y Pabón: "La Blanca Paloma" - 1919
Ignacio de Cepeda - "Crónica de la Coronación de Nuestra Señora del Rocío" - 1923
Juan Infante-Galán : "El Rocío, devoción mariana de Andalucía" - 1971
Editorial Andalucía : "El Rocío" - 1981
José Miguel Alzola: "Cartas de Juan Fco. Muñoz y Pabón a Miguel de Quesada y Déniz" - 1997
Memoria del Rocío - ABC
Fondo documental del Centro de Estudios Rocieros del Ayuntamiento de Almonte (CER)
Archivo Particular